sábado, 28 de mayo de 2011

Mis inquietudes espirituales

Nací en una familia atea, comunista y guerrillera. Me bautizaron porque en 1955 era obligatorio en España. Con año y medio emigramos a Francia donde ya tenía algunos tíos exiliados. Mi educación primaria fue totalmente laica en la escuela pública francesa. Con 13 años regresamos a España, donde mi padre se sentía más útil para luchar contra el régimen franquista. Hacía poco tiempo que ya no era obligatorio el estudio de la asignatura de religión. España seguía siendo católica pero ya se toleraban otras religiones y mis padres tuvieron que certificar que no deseaban que sus hijos estudiaran religión en la escuela. Así me libré de estudiar una maría más y no adquirí la cultura cristiana de mis compañeros. Me sentía diferente, pero no menos por ello. Esa cultura cristiana la iría adquiriendo poco a poco a lo largo de mis años, por puro interés de conocimiento. Para mí no existía más que lo que hay, lo empírico, lo científico. Me interesaba la ciencia, la física sobre todo, lo básico, lo más elemental que explica todo el resto. Así empecé a estudiar ciencias físicas que por avatares políticos y económicos abandoné para trabajar.

Mis problemas neuróticos me acercaron a la psicología y ahí también me interesaba lo básico. Empecé a estudiar psicología y ahí conocí a mi primera novia. Una chica muy maja y católica practicante, aunque muy heterodoxa ella. Iba a misa todos los domingos y yo la acompañaba muchas veces, sobre todo al principio. Empecé a enterarme un poco de qué se hacía y decía en esas iglesias. Yo era muy respetuoso y ella me decía “tú no eres ateo sino agnóstico, tu padre sí es ateo, rechaza y niega, pero tú no”. Y yo me lo creía. Empecé a conocer gente católica, jesuitas, muy maja y ‘progresista’ a través de cursos de postgrado y talleres de psicología de corte humanista: Rogers, gestalt, bioenergética, conciencia sensorial, dinámicas de grupo, psicología dinámica, eneagrama. Pero la religión no asomaba por ningún lado. No había diferencia entre los católicos o no. Nadie sabía que yo no era creyente pero tampoco era necesario ocultarlo, simplemente el tema no aparecía. En una dinámica de grupo conocí a un tío que me cayó de maravilla, y resultó que era cura. Yo no le veía lo de cura por ningún lado. Para mí fue mi primer y mejor amigo durante cierto tiempo, luego le perdería la pista. Hasta estuve a punto de colaborar con una ONG de su orden. Leía mucho sobre crecimiento personal, y entre otros Tony de Melo, un jesuita budista. Fue mi primer acercamiento a este mundo ‘espiritual’ y fue muy liberador para mí. Yo no lo llamaba espiritual, para mí era psicológico, emocional, corporal, mental, sin más. No necesitaba añadirle ninguna etiqueta más. Me quedaba con lo importante, lo que me ayudaba a crecer como persona. Y eso fue lo que me llevó a continuar con terapias, cursos y talleres en CIPARH y la EMTG.

Primero fueron terapias, individuales y de grupo. Luego vino el Fischer. Y ahí apareció la cuarta dimensión: corporal, emocional, mental y espiritual. “¿Cómo será eso?”, “¿Qué hago?”, “No sé cómo abordarlo”, “Bueno, ya veremos”. Luego hice la formación. El básico fue cojonudo; hay un antes y un después. Me encantó un taller con Enrique que acabamos con la mano derecha sobre el corazón y la izquierda sujetándonos los cojones/coño: “sacralizar y desacralizar”. “¿Hay algo sagrado?”. Y empecé con el Proto y los SAT, donde entré en contacto con la meditación y el budismo, además de todo lo terapéutico y análisis del carácter. La meditación fue un descubrimiento que intentaría seguir malamente durante el resto del año. El budismo era una curiosidad muy interesante, una religión sin dios, una filosofía humanista. Aunque había algunas cosas excesivamente esotéricas, las pasaba por alto. A mí también me habían gustado el ‘Siddharta’ de Herman Hesse y ‘El Alquimista’ de Paulo Coelho. Un camino de autoliberación y crecimiento personal, eso es lo que yo deseaba. Y la formación era para mí ese camino, el camino de ser persona. Como decía Paco, “ser terapeuta es ser persona”. Ese es el camino que yo deseaba, ser persona en todos los sentidos.

Poco a poco el aspecto espiritual empezó a tomar más espacio en los distintos talleres y cursos, formación, SAT, integrativa. Y yo dejándome estar ahí, con mis limitaciones. Me sentía limitado y me aceptaba limitado, con la esperanza de que algún día... En Gestalt Transpersonal, lo transpersonal era el continuum atencional, el aquí y ahora, lo que hay. ¡Esto me suena!. Más tarde me diría un catedrático de filosofía que el ‘espíritu’ es el ‘nosotros’: ¡ya!, así sí lo entiendo. Juanjo decía que en lo espiritual, los que no creemos en dios lo tenemos más jodido, el dios de los creyentes es una buena muleta. ¡Hay que joderse! Ahí empecé a sentirme diferente y ¿menos?. ¿Me faltaba algo? Me siento un bicho raro en este mundo hecho de creyentes y para creyentes. En el SAT-IV se lo consulté a Claudio. Esta sensación incómoda de ser un no creyente en la 'corte espiritual'. De no saber cómo abordar lo espiritual desde mi no creencia. Lo espiritual de que hablaban otros me sonaba a chino. Claudio me dijo: “meditación”, “meditación”, y más “meditación”. Y lo intento, pero la voluntad me traiciona.

Y por qué llamarlo espiritual cuando queremos decir yo, tú, nosotros, todo. Algo más grande. ¡Pues claro!, todo es más grande, y yo me considero parte de ese todo. Devoción. Intuición. Rendición. Emoción. Y por qué no ahorrarse un paso y quedarnos con eso, el continuum atencional, el aquí y ahora. Y no será la transcendencia un cierto tipo de narcisismo, el vehículo motor del ego para transcenderse a sí mismo. El camino es desear lo que hay. Yo sigo en la falta, en la neurosis, deseando lo que no hay. Y ante esa falta me anestesio, me muero. En cambio vivo y me muevo con lo que hay cuando solo estoy ahí y entonces, o sea aquí y ahora.

En fin, vivo, a veces, estos ámbitos con un exceso de esoterismo, magia, misterio. Y no niego el misterio, creo que siempre quedará algún misterio por descubrir, por explicar, aunque solo sea porque somos limitados. Con respecto a esto último, lo inexplicable científicamente, si algo funciona y es útil, aunque no tenga explicación, por qué negarlo, es lo que hay, intentemos entenderlo, y no le pongamos una etiqueta grandilocuente que para lo que sirve es para tapar nuestra ignorancia y narcisismo.

Espero, mejor dicho deseo, con esto no caer en un “nihilismo de pacotilla” como diría Juanjo. Sino que me gustaría aproximarme a ser un “buscador de la verdad” como nos invita Claudio.

(Publicado en el Boletín de Graduados Nº9, de la Escuela Madrileña de Terapia Gestalt)